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El favoritismo y la parcialidad de los Tribunales de Familia en favor de la mujer denunciante es un atropello asimétrico padecido por muchos padres, hombres que ven cómo son separados arbitrariamente de sus hijos sin una sola prueba que sostenga y/o respalde esas veloces decisiones judiciales, para luego permanecer inmóviles por largos años hasta llegar incluso a provocar 

la desvinculación 

El caso Lucio Dupuy no fue uno más del verano mediático, reveló graves errores sociales que permitieron iniciar un lento proceso de crueldad hasta culminar en su aberrante crimen, proceso que hubiera sido interrumpido si los actores que socialmente interactuaron con Lucio hubiesen denunciado el estado físico del menor. Denuncia que jamás llegó, por no sospechar que un niño pudiera ser maltratado por mujeres. Actores miopes que sin dudas habrían activado todas las alarmas si sus tutores hubieran sido simplemente hombres.  

Esta miopía atraviesa a la sociedad entera, y desnuda a su vez la injusticia vivida en los Tribunales de Familia desde hace ya varios años: la consideración, peso, escucha, apoyo incondicional y acciones en favor solo de la mujer denunciante, en detrimento absoluto de la palabra del padre denunciado, sin importar investigar ni saber si aquellas denuncias fueran ciertas o no. Ignorando material de prueba, documentación, testigos y propia historia registrada que el varón si lo tuviere, presentara a la hora de confrontar acusaciones.

El favoritismo y la parcialidad de los Tribunales de Familia en favor de la mujer denunciante es un atropello asimétrico padecido por muchos padres, hombres que ven cómo son separados arbitrariamente de sus hijos sin una sola prueba que sostenga y/o respalde esas veloces decisiones judiciales, para luego permanecer inmóviles por largos años hasta llegar incluso a  provocar la desvinculación.

Esto mismo sucedió en el caso Lucio, donde la Jueza Pérez Ballester puso todas "sus fichas" en las tutoras. Situación repetida en los pasillos de la Justicia, sin jamás evaluar ningún aspecto de las denunciantes, ninguna observación que pudiera sospechar que no siempre lo dicho pudiera ser cierto, para rápidamente  otorgar a ellas el cuidado de los hijos. Como si la mentira, manipulación y perversidad pudieran pertenecer solo al varón. Como si la falsa denuncia no existiera. Como si la sola denuncia legitimara todo relato. De este modo, desvinculan hijos de sus padres, rompen ambas vidas, siendo siempre los más pequeños las primeras víctimas de esta parcialidad. Injusticia conocida no solo por varones, sino también por sus parejas, hermanas, madres, familias enteras que presencian y acompañan con impotencia.   

 

Lo absurdo del caso Lucio, es que sucedió en las narices de una sociedad de idénticos prejuicios al de la Justicia, comunidad que desestimó denunciar y dio por ciertos los falsos argumentos que las ahora condenadas interponían para ocultar la verdad del menor frente a la asistencia médica o bien la concurrencia diaria a su jardín de infantes.

Tal vez este caso permita al menos una mirada más objetiva en el ámbito de los Tribunales de Familia, menos parcial y arbitraria a la hora de tomar decisiones que bajo la premisa de proteger vidas, las destruyen.

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