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"LA TREGUA"

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Un film de Sergio Renán

(1974)

Análisis y comentario cinematográfico

Por Hugo Bertone

Existe un duro trance en el camino denominado resignación. Esa cuestión de aceptar con paciencia y conformidad una adversidad o cualquier estado o situación, trae aparejado la abulia, el descontento de vivir y continuar como autómata que se rige desde opciones vacías y taciturnas que un sistema social mezquino establece.

 

 

A mediados de la consternada década de los ´70, con la ambivalencia y sesgo violento que imperaba en aquellos tiempos, se erige como casi manifiesto existencialista una obra que abordara con suma sabiduría, simplicidad y efectividad, males que nos son propios, el ritmo cansino y taciturno de la rutina, el trabajo, la familia, las pérdidas, las costumbres institucionalizadas y el parecer que todo lo que queda por vivir será igual, triste, gris y repetitivo. Sin embargo y pese al bucólico panorama, se constituye un singular poder en un arquetipo bien nuestro y representativo que dará el primer paso de un cambio necesario, profundo y regenerador que modifique el rumbo de su propio existir para volver a sentir, a disfrutar, a experimentar y con ello, volver a darle sentido su propio devenir.

 

 

Un guión adaptado y arquitectado por la gran Aida Bortnik, adaptación libre de la obra homónima del periodista, dramaturgo y poeta uruguayo Mario Benedetti, comienza a desplegar un arsenal de manifiestos sociales, estructuras de vida y de pesares, temas como la homosexualidad, el fracaso, la soledad, la angustia, que son desarrollados a través de la visión de Sergio Renán, actor oficiando de director de la obra, aportando todo su conocimiento y su ductilidad de marcar secuencias y pasos a una alta gama de actores dentro de un marco melancólico y de drama costumbrista, sin lugar a dudas uno de los más importantes de nuestra cinematografía contemporánea.

 

 

La historia narra un segmento de la vida de Martín Santomé, viudo y con tres hijos, quien posee un ritmo cotidiano en extremo rutinario, el cual transcurre entre la oficina y las tensiones de la vida familiar. Un día, a punto de jubilarse, irrumpe en su vida la joven Laura Avellaneda, y Martín descubre que aún está vivo. Superados los temores que les infunde la gran diferencia de edad que hay entre ellos, se atreven a correr el riesgo de vivir una relación amorosa.

 

 

 

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Las formas estructurales de la narrativa misma nos traslada a problemáticas atemporales que con gran maestría aquel pequeño gigante Charrúa, expone sin concesiones. Reflejos constantes en la lograda adaptación del texto en una Buenos Aires casi desconocida en el tiempo, reconocida mediante visualizar lugares comunes que aún poseen el símbolo vital de lo porteño, generando una íntima, romántica y sincera historia que se anima a retratar un representante de la clase media baja argentina que supo cumplir con su deber, ver pasar la vida y los deseos, concordar metódicamente con el modelo social y envejecer sin encontrar respuesta alguno a los interrogantes mismos que plantea la vida. Interrogantes que comienzan a tener sentido en un olvidado camino, mostrando un ribete humanizado en un tiempo que sobremanera evadía la consigna de ser uno mismo.

 

 

Parte técnica por demás de relevancia, que muestra el singular trabajo de Juan Carlos Desanzo, en la dirección de fotografía, aquel inmenso director que se consagrara en la década del 80 como tal, generando trabajos de amplio interés cultural, una banda de sonido acorde, constante, severa y sentida, desde notas y silencios tangueros generada por Julián Plaza, esta obra sentará precedente como segundo film nominado a mejor película extranjera (la primera película argentina elegida por la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de Hollywood para optar por una distinción como mejor film extranjero en los Premios Oscar, fue el extraordinario film de Luis Cesar Amadori, “Dios se lo pague”, que obtuvo un diploma en tiempos que a la categoría no se la premiaba con estatuilla), compitiendo contra la singular “Amarcord” de Fellini, que resultó finalmente premiada. Y un andamiaje actoral, pone el concepto del arte representativo en un nivel superlativo y diferente.

 

 

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Luis Brandoni, Marilina Ross, Walter Vidarte, Aldo Barbero, Juan José Camero, Carlos Carella, Luis Politti, Antonio Gasalla y Oscar Martínez dan vida a personajes bien nuestros, moviéndose dentro de la cadencia de ciudad y sus bemoles, costumbres y contramarchas, para dar sostén al avatar protagónico del trabajo.

 

 

Ana María Piccio como Laura, una joven que, entre nerviosismo y seguridad, ingresa al mundo laboral para descubrir una inmensa virtud dormida en su interior y el jugarse por una relación dentro de una construcción social difícil y conspicua. Y Héctor Alterio, el primer actor eterno, simbolizando rasgos interiores que van modificándose a medida que la historia avanza. Desde sus expresiones faciales demuestra todo: el pendular desde la tristeza hasta el descubrimiento del amor, van demarcando la calidad suprema de un maestro de la actuación.

 

 

“La Tregua” refiere, como su título así lo indica, al preponderar y disfrutar esos momentos que resultan tan necesarios de paz y disfrute, para poder sostener un poco más las estructuras que de modo explícito llevamos a cuestas a través de los años, sin poder llegar a ser lo que deseamos ser.

 

 

Una historia de amor que no resulta una más, de esas que vale la pena ver y sentir sin matices edulcorados del cine romántico, la gesta del más importante sentimiento de modo natural y necesario en contracara con el consumo de la energía vital, el tiempo, espacio, agobio, el qué dirán, y todas estas preocupaciones gratis que encontramos hoy en día, que nos convierte en robots mecanizados dentro de un sistema perverso y bucólico.

 

El Amor, Según Benedetti, Bortnik y Renán.

Puro arte rioplatense.

El trabajo se puede ver por YouTube.

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