top of page
2222.jpg

"Si la capacidad de desobediencia constituyó el comienzo de la historia humana, la obediencia podría muy bien, provocar el fin de la historia humana. Existe la probabilidad de que se destruya la civilización y también toda la vida sobre la tierra. Estamos viviendo técnicamente en la era atómica, pero la mayoría de los hombres -incluida la mayoría de los que están en el poder- viven aún emocionalmente en la Edad de Piedra. Si la humanidad se suicida, será porque la gente obedecerá a quienes le ordenan apretar los botones de la muerte; porque obedecerá a las pasiones arcaicas de temor, odio, codicia; porque obedecerá a los clisés obsoletos de soberanía estatal y honor nacional."

"Reyes, sacerdotes, señores feudales, patrones de industrias y padres han insistido durante siglos en que la obediencia es una virtud y la desobediencia es un vicio. Para presentar otro punto de vista, enfrentamos esta posición con la formulación siguiente: la historia humana comenzó con un acto de desobediencia y es probable que termine por un acto de obediencia. Según los mitos hebreos y griegos, la historia humana se inauguró con un acto de desobediencia. Adán y Eva, cuando vivían en el Jardín del Edén, eran parte de la naturaleza; estaban en armonía con ella, pero no la trascendían. Estaban en la naturaleza como el feto en el útero de la madre. Todo esto cambió cuando desobedecieron una orden. Al romper vínculos con la tierra y madre, al cortar el cordón umbilical, el hombre emergió y fue capaz de dar el primer paso hacia la independencia y la libertad. El acto de desobediencia liberó a Adán y Eva y les abrió los ojos. Se reconocieron uno a otro como extraños y al mundo exterior como extraño e incluso hostil. El 'pecado original lejos de corromper al hombre, lo liberó; fue el comienzo de la historia humana. El hombre tuvo que abandonar el Jardín del Edén para aprende fiar en sus propias fuerzas y llegar a ser plenamente humano".

"Si la capacidad de desobediencia constituyó el comienzo de la historia humana, la obediencia podría muy bien, provocar el fin de la historia humana. No estoy hablando en términos simbólicos o poéticos. Existe la probabilidad de que la raza humana destruya la civilización y también toda la vida sobre la tierra. Estamos viviendo técnicamente en la era atómica, pero la mayoría de los hombres -incluida la mayoría de los que están en el poder- viven aún emocionalmente en la Edad de Piedra. Si la humanidad se suicida, será porque la gente obedecerá a quienes le ordenan apretar los botones de la muerte; porque obedecerá a las pasiones arcaicas de temor, odio, codicia; porque obedecerá a los clisés obsoletos de soberanía estatal y honor nacional."

"No quiero significar que toda la desobediencia sea una virtud y toda obediencia un vicio. Tal punto de vista ignoraría la relación dialéctica que existe entre obediencia y desobediencia. Un acto de obediencia a un principio es necesariamente un acto de desobediencia a su contra parte, y viceversa. Antígona constituye el ejemplo clásico de esta dicotomía. Si obedece a las leyes inhumanas del Estado, Antígona debe desobedecer necesariamente las leyes de la humanidad. Si obedece a estas últimas, debe desobedecer a las primeras. Todos los mártires de la fe religiosa, de la libertad y de la ciencia han tenido que desobedecer a quienes deseaban amordazarlos, para obedecer a su propia conciencia, a las leyes de la humanidad y la razón. Si un hombre solo puede obedecer y no desobedecer, es un esclavo; si solo puede desobedecer y no obedecer, es un rebelde (no un revolucionario); actúa por cólera, despecho, resentimiento, pero no en nombre de una convicción o de un principio.

Para desobedecer debemos tener el coraje de estar solos, errar y pecar. Pero el coraje no basta. La capacidad de coraje depende del estado de desarrollo de una persona."

"Solo si una persona ha emergido del regazo materno y de los mandatos de su padre, sólo si ha emergido como individuo plenamente desarrollado y ha adquirido así la capacidad de pensar y sentir por sí mismo, puede tener el coraje de decir “no” al poder, de desobedecer. Una persona puede llegar a ser libre mediante actos de desobediencia, aprendiendo a decir no al poder. Pero no sólo la capacidad de desobediencia es la condición de la libertad; la libertad es también la condición de la desobediencia. Si temo a la libertad no puedo atreverme a decir “no”, no puedo tener el coraje de ser desobediente. En verdad, la libertad y la capacidad de desobediencia son inseparables; de ahí que cualquier sistema social, político y religioso que proclame la libertad pero reprima la desobediencia, no puede ser sincero. Hay otra razón por la que es tan difícil atreverse a desobedecer, a decir “no” a la autoridad. Durante la mayor parte de la historia humana la obediencia se identificó con la virtud y la desobediencia con el pecado. La razón es simple: hasta ahora, a lo largo de la mayor parte de la historia, una minoría ha gobernado a la mayoría. Este dominio fue necesario por el hecho de que las cosas buenas que existían sólo bastaban para unos pocos, y los más debían conformarse con las migajas."

"El hombre ha perdido su capacidad de desobedecer, ni siquiera se da cuenta del hecho de que obedece. En este punto de la historia, la capacidad de dudar, de criticar y de desobedecer puede ser todo lo que media entre la posibilidad de un futuro para la humanidad, y el fin de la civilización."

Fragmentos de entrevistas

ODONTO MARZO ABRIL.jpg
constelaciones.jpg
25.jpg
26.jpg
503.jpg
+++.jpg
2.jpg
pppp.jpg

"Seamos o no conscientes de ello, no hay nada que nos avergüence más que el no ser nosotros mismos y, recíprocamente, no existe ninguna cosa que nos proporcione más orgullo y felicidad que pensar, sentir y decir lo que es realmente nuestro."

(E. Fromm)

Una de las cualidades más preciosas del ser humano, su espontaneidad, indica el camino a la realización auténtica del yo, según indicaba Erich Fromm (filósofo humanista y psicoanalista).

Una de las paradojas de la condición humana moderna es cierta lucha constante entre aquello que el individuo busca ser, aquello que la sociedad le pide ser y aquello que puede ser bajo circunstancias determinadas.

Muchas personas en nuestra época viven frustradas porque no dejan que sus deseos más auténticos surjan y florezcan; otros más viven “aplastados” por la demanda constante de éxito, productividad o rendimiento que la sociedad les impone; y por último, hay quienes se estrellan continuamente con la realidad porque no se han dado cuenta de que ciertas cosas simplemente no son posibles en sus condiciones de vida, o no en ese momento, o no de la manera en que la que las están buscando.

¿Existe un punto de equilibrio, en donde el ser humano realice su deseo de tal modo que se sienta pleno personalmente, valorado socialmente y satisfecho en la medida de sus circunstancias? La pregunta quizá no es sencilla, pero la respuesta sí lo es. En breve, dicho punto de equilibrio sí existe. Sí es posible alcanzar ese estado de la existencia al que a veces se le llama “realización” propia, una palabra que evoca esa puesta en marcha del potencial personal bajo la orientación pura y simple del deseo. ¿Pero cómo? 

En su libro "El miedo a la libertad", Erich Fromm ofreció una valiosa lección al respecto y, especialmente, una argumentación de por qué en el fondo la llamada realización del "Yo" no es otra cosa más que la consecución de la libertad. De entrada, Fromm nos llama por un momento a dejar de conceder tanta primacía al pensamiento racional, voluntarioso, y vernos a nosotros mismos como lo que somos: seres contradictorios, en cierta forma inestables o conflictivos, ignorantes de nosotros mismos y de todo aquello que bulle en nuestro interior. Pero no se trata de reconocer esto como un reproche, sino sólo para darnos cuenta de que en muchos casos no dimensionamos el enorme potencial de lo que somos y que, de momento, se encuentra encauzado en otras tareas de las que no siempre estamos al tanto.

Dice Fromm: " La realización del yo se alcanza no solamente por el pensamiento, sino por la personalidad total del hombre, por la expresión activa de sus potencialidades emocionales e intelectuales. Éstas se hallan presentes en todos, pero se actualizan sólo en la medida en que lleguen a expresarse. En otras palabras, la libertad positiva consiste en la actividad espontánea de la personalidad total integrada." En el párrafo al que pertenece este fragmento, Fromm hace una crítica al acercamiento racionalista de la personalidad que supone que basta con plantearse algo para obtenerlo, esto es, como si la realización del "Yo" fuera un proceso lineal de causa y efecto, de decisión y acto.

¿Pero cuántos de nosotros hemos abandonado un propósito que de inicio nos planteamos con claridad y hasta con voluntad? Hacer ejercicio, cumplir con una dieta, incluso tareas sencillas como dedicar una tarde a estudiar… ¿Por qué si somos capaces de proponernos racionalmente hacer algo, no lo hacemos? Si seguimos a Fromm podemos responder que dicha intención se malogra porque aunque tomamos en cuenta nuestro potencial intelectual o racional, no hacemos lo mismo con todo aquello emocional que de todos modos está presente en nuestra vida, tomando parte en todo momento de nuestros actos y nuestras decisiones.

Para Fromm, parte de ese proceso de integración de todas las partes que somos –lo intelectual y lo emocional, lo racional y lo irracional– descansa en una toma de conciencia sobre una de nuestras cualidades más preciosas: la espontaneidad. Cuando pensamos de pronto y de la nada en algo, cuando se nos ocurre una idea, cuando surge en nuestro interior el deseo de hacer algo… esa es nuestra propia espontaneidad manifestándose. Fromm lo describe en estos términos:

Muchos de nosotros podemos percibir en nosotros mismos por lo menos algún momento de espontaneidad, momentos que, al propio tiempo, lo son de genuina felicidad. Que se trate de la percepción fresca y espontánea de un paisaje o del nacimiento de alguna verdad como consecuencia de nuestro pensar, o bien de algún placer sensual no estereotipado, o del nacimiento del amor hacia alguien: en todos estos momentos sabemos lo que es un acto espontáneo y logramos así una visión de lo que podría ser la vida si tales experiencias no fueran acontecimientos tan raros y tan poco cultivados.

En efecto, conocemos nuestra propia espontaneidad y en cierta forma tenemos ahí un atisbo de nuestro potencial, de lo que somos capaces… pero somos nosotros mismos quienes con frecuencia “matamos” esa espontaneidad, quienes no la dejamos surgir y manifestarse plenamente. Quizá porque crecimos en un ambiente severo donde no se nos permitió expresarnos, quizá porque la sociedad en que crecimos no valora ni la imaginación ni la creatividad, quizá porque…

¿Pero qué pasaría si quitáramos todas las barreras y obstáculos, y dejáramos la vía libre a nuestra espontaneidad? En parte, ocurriría que toda ese energía que se encuentra en nuestro interior se liberaría y pasaría al exterior, operaría directamente sobre el mundo y, dado que el acto espontáneo surgió de algo que queremos realmente, transformaría la realidad en concordancia con nuestro deseo. Al respecto, nos dice Fromm:

"El individuo (en la espontaneidad) abraza el mundo. No solamente su "Yo" individual permanece intacto, sino que se vuelve más fuerte y recio. Porque el "Yo" es fuerte en la medida en que es activo. No hay fuerza genuina en la posesión como tal, ni en las propiedades materiales ni en aquella de cualidades espirituales, como las emociones o los pensamientos. Tampoco la hay en el uso y manipulación de los objetos; lo que usamos no es nuestro por el simple hecho de usarlo. Lo nuestro es solamente aquello con lo que estamos genuinamente relacionados por medio de nuestra actividad creadora, sea el objeto de la relación una persona o una cosa inanimada. Solamente aquellas cualidades que surgen de nuestra actividad espontánea dan fuerza al "Yo" y constituyen, por lo tanto, la base de su integridad. La incapacidad para obrar con espontaneidad, para expresar lo que verdaderamente uno siente y piensa, y la necesidad consecuente de mostrar a los otros y a uno mismo un "pseudo-Yo", constituyen la raíz de los sentimientos de inferioridad y debilidad. Seamos o no conscientes de ello, no hay nada que nos avergüence más que el no ser nosotros mismos y, recíprocamente, no existe ninguna cosa que nos proporcione más orgullo y felicidad que pensar, sentir y decir lo que realmente es nuestro."

Fuente: Pijama surf

bottom of page