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AGUA VERSUS
CIVILIZACIÓN GASIFICADA

Por Soledad González
La obesidad infantil crece a ritmos alarmantes, y Argentina encabeza el ranking regional tanto de obesidad infantil como de consumo de bebidas azucaradas. Esta coincidencia no es casualidad. Hoy todas las miradas apuntan contra los alimentos y bebidas procesados y los ultraprocesados como algunos de los principales responsables de las llamadas “enfermedades de la civilización”.

La preocupación por el sobrepeso infantil no parte de una frivolidad estética. Sabemos que la obesidad es un factor de riesgo y la antesala para otras enfermedades, como la diabetes, la hipertensión, el cáncer y demás afecciones. Para los niños, como también para los adultos, la posibilidad de jugar, de aprender, de moverse, de crecer, de desplegar las propias potencialidades, de desenvolverse, de todo aquello que implica la calidad de vida en su conjunto, están condicionados por la presencia o ausencia de salud (seguimos la definición de la OMS, entendiendo la salud no como la ausencia de enfermedad, sino como el funcionamiento pleno y óptimo de nuestro ser físico, mental y emocional). 


Lo bueno es que finalmente estamos empezando a sospechar que no todo lo que nos trae “el progreso” nos hace la vida más fácil, y que lo rápido y barato, a la larga, sale más caro. Y si hablamos de cuidar y nutrir nuestro cuerpo, debemos decir que el agua es el nutriente más importante. Es esencial e imprescindible para nuestra vida. Podemos sobrevivir semanas sin alimentos (si contamos con las reservas adecuadas), pero no más de unos días sin beber agua a riesgo de dañar seriamente nuestro organismo. Es el principal componente de nuestro cuerpo. Sudor, sangre, orina, lágrimas, saliva, heces, jugos digestivos… todo nuestro organismo,  cada célula, tejido y órgano precisan de agua para funcionar correctamente. 


El agua que ingerimos tiene muchísimas funciones: desintoxica nuestro organismo, transporta nutrientes a cada una de nuestros 60 trillones de células, activa el metabolismo energético ayudando al descenso de peso, mejora el flujo de la sangre, activa la flora bacteriana benéfica y las enzimas, combate el estreñimiento y más. 
Pero, ¡OJO! Agua no es sinónimo de gaseosas azucaradas o light. Tampoco de aguas saborizadas ni de jugos naturales envasados. El agua que nuestro organismo necesita no tiene etiquetas con un listado de ingredientes químicos inentendibles, fecha de caducidad o contraindicaciones. No lleva ni edulcorante ni azúcar, ni conservantes. A todos nos hace bien, y podemos beber tanto cuanto nuestro cuerpo demande. 


No nos dejemos engañar por la publicidad: lo que es natural no precisa una etiqueta que lo venda como tal.  Al igual que el resto de los seres vivos, una planta, un perro o un gato, si tenemos sed, lo mejor es tomar agua. 
Claro que sería necesario, como sociedad, pensar en políticas regulatorias y en medidas económicas que cuiden y protejan la infancia, por ejemplo, decentivando el consumo de gaseosas mediante el aumento de su precio, y garantizando, a la vez, el acceso a una alimentación segura y nutritiva para todos, pero podemos empezar por construir alternativas diarias.

 

Elegir qué consumir en nuestra mesa es una forma de a) cuidar nuestra salud; b) apoyar y fomentar alternativas como la producción agroecológica; y c) dar un mensaje claro a quienes deciden políticas públicas acerca de qué tipo de alimentos queremos para nosotros y nuestros seres queridos. 


Ahora sí, ¿por dónde empezar a mejorar nuestra alimentación? Reemplazar las bebidas industriales en la mesa es un excelente comienzo. Y es educar de la mejor forma: dando el ejemplo.

Soledad González

Antropóloga alimentaria

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